Por Milcíades Arévalo - La Prensa - Julio7/94
Todos los pueblos del Sinú
parecen pintados por el mismo artista. Siempre están a
la orilla de un río en medio del esplendor meridiano del
trópico, pero Ciénaga de Oro es diferente. La vegetación
se desborda impetuosa por sus calles y solares y todo el mundo
es feliz, y eso es ya decir mucho de uno de los departamentos
más azotados por la violencia.
A la sombra de los almendros de la
plaza, se reúnen las papayeras, los galleros, los manteros,
los poetas y cientos de golondrinas. Abunda el agua, la montería
y la leyenda de sus antepasados, los Zenúes, una tribu
fuerte para el trabajo y cálida para el amor. Bajo sus
casitas de palma amarga viven muchos compositores y músicos
que le han renombre a la región, tal como en sus tiempos
lo hiciera Francisco el Hombre.
La vez que pasé allí
la continuación de mi vida, el pueblo parecía hecho
para el porro, el fandango, la alegría. La Aventurera,
de Pablito Flores, se oía por todas partes como si
brotara de la tierra: hacía eco en el cerro Tofeme, se
encaramaba en las casa, rasguñaba la torre de la iglesia
y se perdía en sopor dulzarrón del mediodía.....
El sol caía con su manto de luz sobre los mangos, palmeras,
muchachas y la ciénaga. Ciénaga de Oro era como
un inmenso girasol, con muchachas cruzando la plaza bajo sus sombrillas
de colores, no para ampararse del sol, sino para dibujar los colores
del arco iris a su antojo, con un dios Pan tocando la flauta de
millo, con un anciano sentado bajo la grata sombra de un limonero
y a una niña recogiendo pepitas de oro en la calle. En
Ciénaga de Oro, los niños y los pájaros lo
invaden todo. En todas las casas tienen un niño, un pájaro
y una canción de amor. En ese pueblito tropical y mágico
encontré a Soad Louis Lakah, dándole de comer a
sus palomas.
"No había nacido para
contemplar el mundo a través de la ensoñación
de las enamoradas románticas, que escriben cartas y poemas
de amor a príncipes imaginarios". Diferente a las
demás mujeres de su tierra, se atrevía a divulgar
la cultura en un medio tan adverso como la sociedad machista del
costeño, a hacer cultura, el verdadero símbolo de
progreso de cualquier lugar y no como muchos creen, que el progreso
sólo se puede medir en bancos comerciales y edificios y
tierras.
Soad Louis Lakah nació en
Ciénaga de Oro, pero sus antepasados no son de allí
sino de un país milenario cuyos valles huelen a Líbano,
en el lejano Oriente. Milenario y bello como sus mujeres que
tienen los ojos grandes para mirar todas las cosas como si las
estuvieran soñando. "Sin cartillas ni cuadernos se
escapaba de la escuela, para conocer los payasos, manteros, locos,
jinetes, boxeadores y cuantos malandrines vivieran y alteraran
el orden mansurrón de Ciénaga de Oro".
A comienzos de 1980, con un grupo
de intelectuales cordobeses, entre los que se destacan El Compae
Goyo, José Luis Garcés, Antonio Mora Vélez.
Gustavo Tatis, Leopoido Berdella, comienzan a difundir las obras
del grupo al que denominaron El Túnel. En las
páginas de la revista del mismo nombre, Soad publica sus
primeros poemas y cuentos, cuentos que en su integridad representan
el estilo clásico de la narrativa colombiana, surgida de
la observación inmediata de la realidad. Escribe con la
simpleza del agua y nos seduce. Su primer libro, Razones de
Peso, nos demuestra y cuenta cómo sólo las mujeres
saben hacerlo. Y a diferencia de muchas mujeres que gastan el
tiempo en adornar su belleza, Soad ha dedicado su vida a trabajar,
como lo demuestra su paso por la Secretaría de Educación
de Córdoba, como directora de la Imprenta Departamental
o sus colaboraciones habituales en los periódicos de la
Costa sobre el folclor de su departamento y su música.
Por todo es que me atrevo a decir que si alguna vez hubo un pueblo
de oro, Soad es su leyenda. Cuando la conocí no hablábamos
de literatura, me preguntó de Bogotá, de su gente.
Como buena conversadora, también sabía escuchar
y todo quería recordarlo exactamente como uno se lo contara.
-Bogotá- le dije-, es todo menos lo que tú piensas.
Entre calle y calle hay rones y sones, mujeres con cuchillitos
entre las piernas, rufianes que te chuzan los costados por una
infeliz quincena, Bogotá es muchas soledades y venenos
que te hacen trac en la garganta; no es como aparece en las postales.
Yo la veo todos los días desde la Calle del Observatorio,
desde el desierto de La Candelaria. Veo sus calles repletas de
cosas inservibles, veo sus chimeneas y sus surtidores de humo,
sus obreros y sus horarios, sus cines vacíos y sus enamorados
lánguidos, sus pobres gentes, tan normales, tan anormales,
tan envidiosos y escandalosos, con sus casas de citas por todas
partes y sus niños sin juguetes y tanta basura acumulada
en los andenes... Es por eso que pienso que los futuros habitantes
tendrán que buscar su historia en las ruinas, en las inscripciones
de las paredes, en los retratos empolvados, en sus tejados sin
alegría y hasta en el mercado de las pulgas.
Su segundo libro, Los Caprichos
de Dios, ilustrado por Cristo Hoyos, es una leyenda, o como
dijera el genial Manuel Zapata Olivella, "Es la historia
fantaseada de la vida de nuestros pueblos aborígenes y
la poesía que nace de la contemplación del universo
y el ensayo que sólo se aquilata con la observación
de los hombres". El reducido tiraje se agotó en pocos
dias, y en el aire quedaron flotando las nubecitas rosadas, las
sombrillas de colores y un cielo de cometas que los niños
aprovecharon para irse a conocer el cielo.
Después de un silencio prolongado
en el que estuvo escribiendo su novela La Lío y otras
mujeres, editada recientemente por el sello editorial de
Plaza & Janés, novela en la que están presentes
"Las creencias y vivencias de mediados de siglo de Ciénaga
de Oro, escrita con el lenguaje, la atmósfera social y
el humor propio del Sinú". Antes de su publicación
tuvo ofertas cinematográficas de un productor gringo.
La Lío embruja
a los hombres causando más de una desgracia con sus encantos
a los que no escapa ni el cura párroco, ni un general que
instaló sus reales por esas tierras mágicas durante
su mandato presidencial. Todo esto le sirve a Soad de pretexto
para contarnos la mas deliciosa historia y desplegar con solvencia
sus condiciones de escritora. Soad sabe que le falta mucho para
sentirse realizada, sabe que no basta escribir bien, que su reconocimiento
como escritora no debe ser ganado por su condición de mujer
sino porque sabe hacerlo como se debe, con toda la pasión.
Ojalá existiera una mujer
como la Lío para que la vida fuera un sueño, pero
como eso no es posible, entonces que siga existiendo Ciénaga
de Oro, pueblo pastoril y bucólico donde las gallinas alimentan
sus buches con pepitas de oro porque sólo las cosas que
se narran con pasión - y Soad lo hace con la Lío
-, pueden parecernos al mismo tiempo magia y realidad.
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