Pieza de orfebrería zoomorfa de la cultura Zenú
Secretaría de Cultura de Córdoba - Colombia - Sur América

 
 
Semana Santa en Ciénaga de Oro

La Dolorosa vestida para la procesión del Viernes Santo
© Carlos Crismatt Mouthon

SEMANA SANTA
Por Manuel H. Pretelt Mendoza



ompós, Tolú y Ciénaga de Oro han llevado en la Costa Atlántica la primacía en la celebración de la Semana Santa. En Ciénaga de Oro, hoy en el departamento de Córdoba, esta conmemoración constituye a la par de la de los Santos Reyes, motivo de fervoroso entusiasmo entre los cienagadorenses y los ausentes se dan cita para reunirse con sus parientes y amigos, porque la Semana Santa es además fiesta de familia, de afectos íntimos, de perenne recordación de un pasado místico que vive en una devoción intensa y sin recortes.

El "VIernes de Lázaro", así llamado el anterior al "VIernes de Dolores", a las doce del día el repique de las campanas avisa que se da comienzo al septenario en honor de Nuestra Señora de los Dolores. A las siete de la noche, con el Santo Rosario que el señor cura reza desde el púlpito con la mirada triste de La Dolorosa que en el altar se destacaba, rodeada de cirios, sobre los velos morados que cubrían las imágenes, se recitaba el septenario. Los músicos tomaban puesto en el coro del templo y con el grupo de cantores alternaban en los estribillos de los gozos: "Mi pecado y mi maldad son causa de tus dolores", entonaba el párroco y el coro contestaba: "Madre de los pecadores, ampáranos con tu piedad.."

Así continuaba todas las noches. El jueves, víspera del "Viernes de Dolores", era grande el desbordamiento. En el templo, el repetido claveteo, formaba ruido ensordecedor: carpinteros y procuradores de la fiesta estaban arreglando "El paso de Jesús Nazareno con los Judíos". Los muchachos, boquiabiertos, contemplaban la fornida estampa del "Judío de la Soga" que llevaba amarrado del cuello a Jesús Nazareno, la mejor escultura entre las muchas que toman parte en las procesiones de la Semana Santa. Es obra de algún imaginero quiteño de la época colonial y que perteneció a los padres de la Compañía de Jesús en la capital ecuatoriana.

La adqurió en Panamá el presbítero José Dionisio Romero, eminente sacerdote y notable orador ragrado, allá por el año de 1857, cuando desempeñaba el cargo de coadjutor del padre José María Berástegui, quien era entonces el cura de Ciénaga de Oro, la más importante parroquia de ese tiempo en la región del Sinú.

Esa imagen de Jesús Nazareno, de tamaño natural, tallada en madera, es una estatua policromada, que lleva a cuestas la cruz que sostiene sobre el hombro izquierdo y la agarra con las dos manos. Está vestida con túnica morada, de fino peluche y recamada con galones de oro. La cabeza bajo el terrible suplicio de la corona de espinas, se inclina ligeramente hacia el pecho con manifiesta sensación de dolor y fatiga; sus ojos parecen que estuvieran cubiertos de polvo y sangre. La boca entreabierta por la angustia del cansancio; los labios hinchados y con la faz toda llena de cárdenos golpes. Encima de la barba se observan las vetas gruesas de sangre, que se desprenden de la frente. Hay en todo el rostro la expresión de un moribundo en trance de querer decir siquiera alguna palabra.

"La Dolorosa" en su paso, que es representación de un palio cubierto de brillante tela roja, viste de manto turquí y tunicela del mismo color del palio. Faroles, cirios y flores blancas la circundan en profusión. En otro paso, San Juan, el discípulo amado, está listo para comenzar las procesiones de la pasión, muerte y resurección gloriosa del Señor. En todas, su presencia no puede faltar.

Los ejercicios piadosos de esta noche son solemnes, y terminado el canto de los Salmos de víspera, el párroco desde el confesionario atiende a los numerosos fieles que se disponen a cumplir con el segundo mandamiento de la Santa Madre Iglesia.

"El Viernes de Dolores" la misa es toda orquesta. Las cofradías, las escuelas y gentes de toda clase y condición, desfilan ante el altar para recibir la Sagrada Comunión. Terminado el Sacrificio de la misa, todo queda como en silencio por algunas horas, hasta que, entrada la tarde, el ir y venir por la plaza de la iglesia es señal de que pronto habrá de salir de la procesión del Nazareno. En efecto, ya al anochecer, los pasos de La Dolorosa y San Juan son llevados por los de sus respectivas cofradías, a la esquina llamda de "La Amargura", en donde se halla arreglada convenientemente la tribuna que a manera de púlpito, servirá al predicador para el sermón de "El encuentro". Poco después, del templo parroquial sale la procesión con el paso de Jesús de Nazareno y los Judíos. Este paso es cargado por una cincuentena de miembros pertenecientes a la Cofradía de los Nazarenos, cuyo presidente o mayordomo conserva este cargo a semejanza de una monarquía de padre a hijo.

El primero fue el señor Joaquín Santana; al morir éste lo heredó su primogénito Pedro y ahora ocupa ese puesto de comando el mayor de sus hijos, quien sigue con toda fidelidad y devoción la tradición que arranca del abuelo.

Durante esa procesión los músicos acompañan el canto del "Perón, oh! Dios Mío" y en cada cuadra la campanilla va anunciando las estaciones del Vía Crucis Cuando la procesión ha entrado ya en la calle de "La Amargura" el predicador sube al púlpito y narra la sentencia del Señor, su andar lento con la cruz a cuestas, camino hacia El Calvario.

En medio de los períodos de la oratoria, se escuchan sonidos de trompetas, redoblar de tambores, golpes de martillo y el paso del Nazareno se estremece, en tanto que la muchedumbre, recogida y atenta, parece que se conturbara también ante la evocación histórica del dramático suceso que presenció Jerusalén, la ciudad deicida. Y así, en religioso silencio todos, y conmovidos los unos, ponen oídos al relato del predicador que en esta jornada tan sublime hace gala de su elocuencia. De pronto, tanto el paso de Jesús como el de la Virgen Dolorosa se aprestarán sobre los hombros de cada uno de los cofrades respectivos; y al explicar el sacerdote el encuentro de Jesús con su Madre Santísima en la vía dolorosa, los pasos frente a frente, se saludad por tres veces, alejándose poco a poco repitiendo las inclinaciones hasta volver a sus puestos anteriores.

El sermón termina entonces con la sugestiva recomendación del predicador de esforzarnos todos con voluntad, para acompañar a Nuestro Señor, hasta la cumbre del Gólgota. Continúa la procesión, encabezando el desfile el paso del Nazareno con los Judíos, el de la Dolorosa, luego, y a sus lado el de San Juan. La banda de músicos de los hermanos Sáez, la que en todo tiempo se ha distinguido como la mejor de la región y como experta en acompañamiento de actos religiosos, va detrás del paso del Nazareno tocando su marcha fúnebre de circunstancias: "Camino del Calvario".

Los cargadores mueven los pies al acompasado ritmo del tambor. El acto resulta imponente y de una mística sugestión. Durante el recorrido de la procesión seon ejecutadas otras dos marchas "San Juan de la Virgen", y "El Dolor de María". A las diez de la noche, las largas filas de devotos con us cirios encendidos, entran en el templo con los pasos, y ante la imagen de la Virgen Dolorosa, el párroco entona la salve, cerrando así la primera etapa de la conmemoración de la pasión del Salvador, que en Ciénaga de Oro se señala por el fervor tradicional y con respetuoso comportamiento, como homenaje de fe y de amor a la Santa Religión Católica legada por los antepasados.

El sábado no sucede nada digno de mencionar. El Domingo de Ramos, la procesión de los ramos, la procesión de las palmas por la plaza principal y la Santa Misa son los únicos actos de la mañana. En la noche, el último "Sermón de la Feria" como invitación a la feligresía a la más férvida devoción e íntegra piedad en las ceremonias litúrgicas de esa grans semana.

El Jueves Santo, este día de la Institución Eucarística, pone nota de entusiasmo en los habitantes de la ciudad y es también el día en que los campesinos han abandonado sus faenas y desde muy temprano están llegando con todos los suyos, al "sitio" como llaman ellos la cabecera urbana, para asistir a las solemnidades litúrgicas.

En todos los hogares hay inusitado ajetreo y se procura la provisión de artículos alimenticios principalmente, así como de agua, pues durante los cuatro días que restan de la Semana Mayor, no es fácil encontrar quien se dedique a estos menesteres.

Son las ocho de la mañana. Se ha dado principio a la Santa Misa, y al cesar el repique de las campanas parroquiales, después del himno de gloria, el cierre, casi enseguida, de tiendas, estancos y otrso expendios es índice de que se revive la costumbre de antaño, la fidelidad a la tradición como devota muestra del religioso recogimiento que se apodera de todos los habitantes en tan excelsas conmemoraciones.

En el monumento, artísticamente arreglado, está nuestro Amo Sacramentado. El alcalde, los concejales y otros distinguidos caballeros que fueron portadores de las varas del palio y los cirios en la procesión por las naves del templo, acompañan hasta la casa cural al señor cura párroco, quien lleva al cuello la cadena de oro con la llave del Sagrario. Los feligreses desde esa hora están disputándose la guardia para rendir homenaje de adoración al Divino Jesús en el Tabernáculo.

El Lavatorio y el sermón de Mandato, se suceden a las tres de la tarde y los niños honrados con el oficio de apóstoles, se sienten satisfechos y muestran a sus padres los obsequios que con tal motivo les ha dado el señor Cura.

Apenas se ha terminado el sermón de este acto, comienzan a llevar al templo los pasos de las imágenes que han de tomar parte en la gran procesión de la noche: La Cruz de Caravaca, semejante a la que sirvió de instrumento de conversión a un rey moro y que por cuyo motivo en su famoso santuario de la Provincia de Murcia, atrae a inmumerables peregrinos de diferentes regiones españolas. El de la Cena, Jesús en la Oración del Huerto, la Magdalena con una disciplina, símbolo de la penitencia, en la mano derecha; en la izquierda, el pomo con los aromas. Jesús atado a la columna, la Verónica presentando el velo con el rostro estampado del Salvador. La plaza es un hervidero: rebosa de gente- Ya se escucha el ritmo de la música que con su fúnebre són viene acercándose para acompañar en la procesión. La matraca llevada por un grupo de muchachos que se disputan el hacerla sonar, ha cumplido el recorrido por todos los barrios anunciando la procesión, a la que todos se disponen a asistir.

Ya entrada la noche, los grupos de nazarenos van llegando al templo, pues con el preludio del "Miserere" que canta el sacristán mayor, se dará principio al sermón de la Pasión. Terminando éste, se dispone todo para la gran procesión. Los pasos siguen el orden que el pregón les ha señalado, quedando en puesto de jerarquía el paso de Jesús con los Judíos adornado con sus grandes guardabrisas, y alfombrado con musgos y helechos. El grupode nazarenos con túnica blanca, ceñida a la cintura con cáñamo de cerda y formando con el mismo una banda que pasa sobre el hombro izquierdo y cubierta la cabez con un gorro blanco, será el único que entra a cargar el paso grande en esta noche.

No habrá de faltar asimismo los "incesarieros" o turiferarios con albas y flecos morados. LLevan sendos incensarios para elsahumerio de las imágenes de cada paso. El trompetero, con túnica morada y con el rostro cubierto, va tocando a intervalo, y sus notas de ritmo lento vibran larga y nerviosamente. La procesión se mueve entre dos largas filas. No hay un solo sitio desocupado; todo lo invade la multitud que sigue ávida el desarrollo de la procesión. La música detrás del paso de Jesús Nazareno ejecuta la marcha fúnebre "Jueves Santo", y al compás de ella llevan el paso en el desfile. Aquellos a quienes no corresponde el turno para cargarlo van en dos hileras paralelas, orillando la calle. LOs pasos de San Juan y de la Virgen de los Dolores cierran el cortejo. Este último paso es cargado por grupo de mujeres con hábitos blnacos y ceñidas con cinturón negro. Llevan la cabeza cubierta con un largo velo. Algunas casi se desmayan y entonces se apoyan en las horquillas que sostienen el paso. Paga de ese modo su exvoto desde hace tiempo ofrecido por un favor alcanzado de la Santísima Virgen. Tres horas largas dura la procesión que desfila por las calles principales con entero silencio y bajo la imponencia absoluta. El claror de la luna, que es completo, ayuda a la solemnidad del momento. Parece que algo de Sevilla se ha transportado a esta tierra que recibió de la española gente, la misma lengua y, sobre todo, la misma religión que en esta noche se desborda para rendir su homenaje sincero de fe y de amor al Divino Nazareno.

El Viernes Santo, el sábado y el domingo tienen también su programa especial. Ciénaga de Oro, como urna de tradiciones religiosas, las sabe demostrar en esta ocasión con toda armonía y majestas; por eso luce en su Semana Santa, el mismo fervor que tuvieron sus abuelos y que ella recoge como el más preciado patrimonioo. ¡Bendito sea!

Ha pasado el Jueves Santo. Los pasos de su gran procesión fueron dejados nuevamente en casa de cada uno de los cofrades encargados de su cuidadosa guarda. Entre tanto el templo, con sus amplias y limpias naves, está del todo listo para las ceremonias litúrgicas que habrán de conmemorar la muerte del Divino Salvador.

Es Viernes Santo y son las ocho de la mañana. El alígero sonido de la matraca da el aviso para los oficios religiosos del día y la muchedumbre devota ha entrado al templo en donde, a más de cumplir con la adoración del Lignum Crucis, acompañará al retiro de nuestro Amo Sacramentado en procesión hasta el altar en que el sacerdote consumirá las hostia y, al terminarse todo el ritual señalado, verificará la denudación de los altares, símbolo de la desolación y del abandono que en momentos de la crucifixión sintió Nuestro Señor. Durante la procesión por las naves del templo la banda de músicos con notas suaves y acompasadas se une al canto del Vexila Regis.

Durante todo el día la piedad de los fieles se hace ostensible con el rezo del Viacrucis en el templo, sin que ello impida el arreglo del Calvario y el necesario acondicionamiento para el Sermón del Descendimiento, que se verificará en las primeras horas de la noche.

Si el Jueves Santo cobró tanta sugestión y se admiró el orden y el recogimiento de las gentes que acuden a todos los actos, el Viernes Santo llega al colmo la emoción religiosa y se advierte unánime la nítida expresión de abatimiento y tristeza. Cuando las sombras de la noche comienzan a invadir el paisaje, el grupo de nazarenos, seguido por la banda de músicos, que entona pasodoble fínebre, hace el traslado del paso del Santo Sepulcro desde la casa de Don Manuel Mendoza Mendoza hasta el templo parroquial. La casa del señor Mendoza Mendoza, situada en el ángulo suroccidental de la plaza, se sostiene por cuadradas y vigorosas columnas.

Esta mansión perteneció a don Mateo Franco, quien la construyó allá por el año de 1858. Era su propietario un ilustre cartagenero que se había establecido en Ciénaga de Oro, donde formó un hogar cristiano y respetabilísimo que llenó con sus claras virtudes el ambiente social cienagadorense. Don Mateo, muy amante de las celebraciones de la Semana Santa, al elegir su mansión dispuso, en atención al pedido que le hizo el coadjutor de la parroquia, presbítero José Dionisio Romero, que la puerta de entrada en la sala principal quedara con las dimensiones aptas para el expedito tránsito del Santo Sepulcro, que allí debía permanecer en velación desde el Viernes Santo hasta el domingo de Resurrección. Su señora esposa y sus hijas, desde que se instaló la piadosa y nobilísima costumbre, emulaban en el delicado arreglo y decoración de este paso, que atraía las miradas fervorosas por la profusión y belleza de las flores, por los primorosos grandes guardabrisas de cristal, por los alados querubes que sostenían la loza en que se recostaba el cuerpo yacente del divino Jesús.

Don Manuel Mendoza Mendoza, también distinguido caballero de la mejor sociedad de Ciénaga de Oro, dueño hoy de la apreciable masión que fue de la familia Franco Marzola, con gesto que lo enaltece manifestó al adquirirla que gustosamente seguirá con su esposa y demás familiares la costumbre eximia y digna de sus antiguos moradores. Y es así como el Santo Sepulcro sale y entra al tradicional sitio, con la misma veneración y solemnidad de pasados años.

Cuando la tarde ya se despide y va entrando la noche, el "paso" del Santo Sepulcro, en hombros de los nazarenos y al compás de selecta marcha luctuosa, es llevado al templo, sin salir del marco de la plaza, y allí es colocado en lugar destacado y bastante visible. Entonces se predica el sermón de las Siete Palabras; y, cuando se ha explicado la última palabra y el orador sagrado alude a los impresionantes fenómenos sucedidos al momento de la expiración del Amado Redentor, como el eclipse de sol, el temblor de la tierra y la rasgadura del velo del Sancta Santorum, se oyo una tenebrosa detonación semejante al trueno, y a la vista de los fieles aparece el calvario que hasta ese momento permanecía tras un grande velo blanco. Al lado del Crucificado en doliente actitud, las imágenes de San Juan y de María Magdalena; y a corta distancia en su "paso" bajo dosel negro y en profusión de luces, la Virgen Dolorosa.

 
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