Figura zoomorfa en oro de la cultura Zenú
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Zumaqué
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...la sublimación del canto del pueblo costeño....

Francisco Zumaqué Gómez

La música lo envuelve todo. Está presente en todas las actividades los hombres intrínseca sus propias vidas sea cual fuere su condición social. Naturalmente esta puede encontrarse en grados diferentes dependiendo del individua; por ejemplo elementos fundamentales de la música como son: el ritmo, la dinámica y aún la melodía se manifiestan constantemente en nuestra conversación cotidiana. El ritmo determinado por las sílabas, acentos, pausas etc. La dinámica por la fuerza de nuestra expresión , susurrante, gritada a convencional. Y la melodía se manifiesta por las inflexiociones de nuestra voz, subidas y bajadas de tono que enriquecen nuestra expresión y que son parte natural del lenguaje hablada. Si ésta es así para el hombre corriente, es mucho más verdadera para el creador, el artista, para quien ritmo, forma armonía etc., no son más ni menos aspectos inseparables del trabajo diario. Y si bien es cierto que cada idioma tiene su propia musicalidad, es decir, que escribiendo no importa en que idioma ya está produciendo algo musical. También es cierto que la musicalidad buscada en las palabras no es nada fácil. Pues así como hay músicas aburridas, existen textos monótonos, reiterativos sin color ni armonía.

La búsqueda de la musicalidad en el lenguaje ha sido siempre lo propio de la poesía y no se ha presentado en el pasado, en la novela, el cuento u otras formas narrativas que de una manera tangencial o accidental o fragmentaría o quizá inconsciente. Yo no creo que la poesía y la narrativa vayan por caminos diferentes van exactamente por todos los lados donde pueda concretarse una expresión humana trascendente. Y la música demostró ser fundamental en Mallarmé, Neruda y de una manera sofisticada León de Greiff. En quienes además el deseo de aprisionar imágenes, experiencias humanas en una frase magistralmente escrita, existía una preocupación sonora, auditiva y musical.

Por otra parte no creo que una novela musical, para llamarla de alguna manera, sea aquella que habla de erudición musical, sino aquella novela llena de imágenes y de ideas, pero también de colores, olores de un ritmo y dinámicas impredecibles, de rupturas, de contrapuntos, de contracantos y aún de polifonías.

Esa narrativa eminentemente musical es la que utiliza un lenguaje, más llano, más del pueblo, más elemental pero por esa misma elementalidad, más musical. Ya sea por que la gente del pueblo necesita del elemento musical para poder redondear su expresión, o porque para ellos hablar y hacer música es una misma cosa: ¡expresarse!.

Pienso que quienes han tenido más conciencia de la fuerza del elemento musical en la literatura, han sido sin duda los pueblos en contacto con el mar. Los pueblos costeños, y especialmente, por la gran riqueza de su música, la gente del Caribe. Estos escritores con “swing” en la pluma como Cabrera Infante, Severo Sarday, José Agustín, Lezama Lima, González, el tuerto López, etc. Han hecho trabajos a distintos niveles, seducidos por el canto del lenguaje de sus pueblos, pero quizá ninguno o poquísimos hayan llegado a la esencia de esa musicalidad, al centro tonal de esa sinfonía modulante como Gabriel García Márquez en su obra literaria, porque para él, el relato popular, el cantar de su pueblo es el origen, el punto de partida para hacer un trabajo que va más allá, que trasciende y que será como una joya de fina elaboración.

Algo que percibo con claridad en su obra son diferentes tonalidades y orquestaciones así: “El Coronel no tiene quien le Escriba” es como música de cámara, virtuosa y concisa en su expresión. “Cien Años de Soledad” suena como una gran sinfonía betoveniana o quizá a la “Consagración de la Primavera” de Igor Stravinsky, rica en matices. Sofisticadamente primitiva y de una gran riqueza orquestal “El Otoño de Patriarca “es polifónica y rigurosa, a la manera de las grandes cantatas de Bach.

Con ésto quiero decir que su trabajo total es la sublimación del canto del pueblo costeño, como el mismo dice que “Cien Años de Soledad es un vallenato de 350 paginas”. Prueba irrefutable de fuente nutricia para la literatura es el anecdotario a través de los cantos populares y la rítmica sincopada del hablar de la gente: es la musicalidad de su narrativa.

 
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