Fundadora de el grupo "El Túnel"
de Montería, junto con otros intelectuales de su departamento.
COMO LA LLUVIA DESTROZA LAS AZUCENAS
Una mañana de abril la Prince
Caparroso, se desnudó frente al espejo de su cuarto y dejó
únicamente en la memoria la vaga contemplación de
una nostalgia rodeada de silencio y una nueva identidad incorporándose
en ella. Se miró fijamente y observó su rictus
destemplado y su sombra proyectada sobre su tocador de madera
de roble, lentamente levantó la mano con la punta de los
dedos acarició esos pelos gruesos que le salían
sobre el labio superior y alrededor del busto.
Aturdida comenzó a recorrer
las distancias de su cuerpo y sintió en sus espaldas el
peso de una joroba, que sin duda comenzaba a ser un sello indeleble
para el resto de sus días, asustada vio como estaba encorvado
y enredada en sus pensamientos, e igual que su destino.
Y frente al espejo de su cuarto
fue perdiendo toda su antigua identidad y así desnuda se
vio fea, sin aliento, sin rostro invadida por el miedo que le
había salido como si estuviera escondido detrás
de la oreja. Se sintió sola y se dio cuenta que la vida
se discurre ante un espejo.
Añoró ese olor a
azucena que en los primeros días de mayo se esparcía
por el patio, por la casa y se le enredaba en sus trenzas doradas.
Con mucha saudades recordó
cuando salía vestida de angelito en las procesiones al
lado de la Virgen con su túnica color cielo y sus alitas
de papel crespón.
Enumeró las veces que fue
damita de honor en los matrimonios, cuando se ganó un reinado
y la coronaron de niña más bonita del pueblo.
Cómo le hacía falta
su madre, la niña Cora, recordaba la cara de alegría
y el orgullo de su padre cuando en los desfiles ella se llevaba
los mayores aplausos por su gracia y su belleza.
Pero el destino es como una trampa
de la vida, está recóndito, enreversado. Pero está
ahí.
Y así le fueron cambiando
las cosas, después de muchas alegrías en la casa
de los Caparroso, como un viento tenue y silencioso llegó
la tristeza a golpearle la puerta. Primero la muerte de la niña
Cora, después la trágica desaparición de
sus hermanos y por último la muerte de repente de Don Pepe
y muy pronto la casa se fue desocupando quedando ella acompañada
de los recuerdos y el malestar por la ausencia.
Dejaron de pedirle que fuera la
damita de honor en los matrimonios y fue experimentando la burla
y el abandono por eso decidió no salir más a la
calle, no volvió a la escuela, se pasaba horas enteras
encerrada en su cuarto leyendo las novelas de Corín Tellado
y se le dio por tapar todos los espejos de la casa. Vivió
muchos años de soledad y desencanto.
Una noche mientras mecía
sus pensamientos recostada en una mecedora, oyó una voz
melodioso que salía del radio. Era un cantante con una
voz hermosa, que le despertó sensaciones extrañas
a ella y a su triste vida. Se le fue adentrando en su corazón
abatido y al poco tiempo supo que era el amor.
Como una flor al viento danzaba
en su habitación, abría el baúl y mientras
cantaba sacaba cosas que un día había guardado su
madre, se cambiaba de vestidos y sombreros, empezó a percibir
su presencia en el perfume que durante muchos años había
permanecido en una cómoda, en el color de sus trajes, en
el viento que entraba por la ventana de la casa, por el brillo
dorado de la luna llena, lo sentía a su lado cuando se
acostaba en su cama, sentía su respiración al oído,
sentía sus manos acariciándola y deslizándose
en su joroba.
Y fue el amor el que le disparó
al centro del corazón y no tuvo pudores ni vergüenzas
para hablar de las tristezas y sus desamores, abrió las
puertas de su casa, salió a la calle vestida y maquillada
como recordando la belleza de su madre. Pensó que una
cicatriz jamás lograría quitarle las palpitaciones
del alma, sabía que era una mujer con o sin nostalgia,
ya no le tenía miedo a su feura, se atrevió a quitarle
las sábanas a los espejos de su casa y sonreír ante
ellos, ya no le importaba que en las esquinas la gente fuera distribuyendo
conflictos, predicando ironías y verdades. Dejó
atrás su mundo tenebroso, soportó con sagacidad
la duda y los comentarios. Pero ella no tenía dudas, verdaderos
eran sus sentimientos, nuevas sus sensaciones y verdadero su amor.
Frente a la ventana rosada de su
cuarto sigue esperando que con la lluvia lleguen los días
sombríos y entonces, le surja del recuerdo ese aroma a
azucena que se le quedó en la infancia y en el viento.
Villa Payita, (1992)