Figura zoomorfa en oro de la cultura Zenú
Secretaría de Cultura de Córdoba - Colombia - Sur América

 
 
Soad Louis Lakah

Palabra Viva
ECOE Ediciones, 1992
Soad Louis Lakah

Nació en Ciénaga de oro (Cord), en 1952. Libros publicados: "Razones de Peso", cuentos (segunda edición 1983); "Los caprichos de Dios", leyenda poética (1984); "Cuentos de El Tunel" coautora (1989); Antologías, poetas de Córdoba (1989).

Premios: Distinción "Gran Cruz General José María Córdoba"; Reconocimiento "Festival Nacional del Porro". Reconocimiento "Academia de Historia de Córdoba".

Fundadora de el grupo "El Túnel" de Montería, junto con otros intelectuales de su departamento.

COMO LA LLUVIA DESTROZA LAS AZUCENAS

Una mañana de abril la Prince Caparroso, se desnudó frente al espejo de su cuarto y dejó únicamente en la memoria la vaga contemplación de una nostalgia rodeada de silencio y una nueva identidad incorporándose en ella. Se miró fijamente y observó su rictus destemplado y su sombra proyectada sobre su tocador de madera de roble, lentamente levantó la mano con la punta de los dedos acarició esos pelos gruesos que le salían sobre el labio superior y alrededor del busto.

Aturdida comenzó a recorrer las distancias de su cuerpo y sintió en sus espaldas el peso de una joroba, que sin duda comenzaba a ser un sello indeleble para el resto de sus días, asustada vio como estaba encorvado y enredada en sus pensamientos, e igual que su destino.

Y frente al espejo de su cuarto fue perdiendo toda su antigua identidad y así desnuda se vio fea, sin aliento, sin rostro invadida por el miedo que le había salido como si estuviera escondido detrás de la oreja. Se sintió sola y se dio cuenta que la vida se discurre ante un espejo.

Añoró ese olor a azucena que en los primeros días de mayo se esparcía por el patio, por la casa y se le enredaba en sus trenzas doradas.

Con mucha saudades recordó cuando salía vestida de angelito en las procesiones al lado de la Virgen con su túnica color cielo y sus alitas de papel crespón.

Enumeró las veces que fue damita de honor en los matrimonios, cuando se ganó un reinado y la coronaron de niña más bonita del pueblo.

Cómo le hacía falta su madre, la niña Cora, recordaba la cara de alegría y el orgullo de su padre cuando en los desfiles ella se llevaba los mayores aplausos por su gracia y su belleza.

Pero el destino es como una trampa de la vida, está recóndito, enreversado. Pero está ahí.

Y así le fueron cambiando las cosas, después de muchas alegrías en la casa de los Caparroso, como un viento tenue y silencioso llegó la tristeza a golpearle la puerta. Primero la muerte de la niña Cora, después la trágica desaparición de sus hermanos y por último la muerte de repente de Don Pepe y muy pronto la casa se fue desocupando quedando ella acompañada de los recuerdos y el malestar por la ausencia.

Dejaron de pedirle que fuera la damita de honor en los matrimonios y fue experimentando la burla y el abandono por eso decidió no salir más a la calle, no volvió a la escuela, se pasaba horas enteras encerrada en su cuarto leyendo las novelas de Corín Tellado y se le dio por tapar todos los espejos de la casa. Vivió muchos años de soledad y desencanto.

Una noche mientras mecía sus pensamientos recostada en una mecedora, oyó una voz melodioso que salía del radio. Era un cantante con una voz hermosa, que le despertó sensaciones extrañas a ella y a su triste vida. Se le fue adentrando en su corazón abatido y al poco tiempo supo que era el amor.

Como una flor al viento danzaba en su habitación, abría el baúl y mientras cantaba sacaba cosas que un día había guardado su madre, se cambiaba de vestidos y sombreros, empezó a percibir su presencia en el perfume que durante muchos años había permanecido en una cómoda, en el color de sus trajes, en el viento que entraba por la ventana de la casa, por el brillo dorado de la luna llena, lo sentía a su lado cuando se acostaba en su cama, sentía su respiración al oído, sentía sus manos acariciándola y deslizándose en su joroba.

Y fue el amor el que le disparó al centro del corazón y no tuvo pudores ni vergüenzas para hablar de las tristezas y sus desamores, abrió las puertas de su casa, salió a la calle vestida y maquillada como recordando la belleza de su madre. Pensó que una cicatriz jamás lograría quitarle las palpitaciones del alma, sabía que era una mujer con o sin nostalgia, ya no le tenía miedo a su feura, se atrevió a quitarle las sábanas a los espejos de su casa y sonreír ante ellos, ya no le importaba que en las esquinas la gente fuera distribuyendo conflictos, predicando ironías y verdades. Dejó atrás su mundo tenebroso, soportó con sagacidad la duda y los comentarios. Pero ella no tenía dudas, verdaderos eran sus sentimientos, nuevas sus sensaciones y verdadero su amor.

Frente a la ventana rosada de su cuarto sigue esperando que con la lluvia lleguen los días sombríos y entonces, le surja del recuerdo ese aroma a azucena que se le quedó en la infancia y en el viento.

Villa Payita, (1992)

 
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