Filomena vivió con nosotros
desde siempre; después de la muerte de mamá Filomena
era la que hacía todos los oficios en la casa. Siempre
con la misma ropa, el pelo atravesado por una flor, llevando en
sus ojos grandes cicatrices de recuerdos. Y en sus labios brindándole
al mundo una mueca de piedad. Así era Filomena.
Filomena hablaba por los ojos; sus
ojos eran de color de todas las cosas. Mamá se entendía
con ella por sus ojos, tenía la característica de
reflejar lo que su estado de ánimo sintiera. Cuando movía
sus pepas de ojos de un lado a otro algo andaba mal y cuando entraba
con la tocedera era el fastidio que le rebotaba como bola de caucho.
Después de la muerte de mamá
Filomena quedó sola conmigo aquí en esta casa, se
mantenía callada, no hablaba, casi nunca me decía
nada, ni verdades ni mentiras. Jamás supe qué le
agradaba o qué le disgustaba.
Pero lo cierto fue que vi varias
veces a Filomena conversar con ella misma. Por las tardes se
sentaba en un banquito por debajo del cerezo y movía sus
manos con cuidado para luego dejarlas caer sobre las faldas de
popelina blanca adornada con trencillas azules.
Filomena no reía, no gritaba,
no cantaba, no iba a misa, no creía en diablos, no lloraba,
no le gustaban los chismes como el resto de las mujeres, no le
faltaba tiempo, no le sobraba tiempo, no daba patadas, no se casó.
Pero en cambio, Filomena lavaba la ropa, la recogía del
alambre cuando estaba seca, la rociaba, la planchaba, barría
el patio, amontonaba la basura, la quemaba, recogía la
leña, la juntaba al fogón, la atizaba, le daba de
comer a los pájaros, le echaba agua a los puercos, tapaba
los portillos, hacía la comida, ponía la mesa y
quitaba la mesa.
Se encerraba en su cuarto, abría
el baúl, miraba las fotos, leía dos o tres estampitas
con la imagen del Sagrado Corazón o la Virgen del Carmen,
doblaba y desdoblaba los vestidos viejos, le daba candado al baúl
y se metía en la cama, bajaba el toldo y dormía
hasta el amanecer, casi siempre hasta la misma hora.
Cuando Filomeana salía, yo
aprovechaba para desarreglar todo en casa. Gritaba, chillaba,
daba patadas, hijueputiaba, lloraba, brincaba maldecía
a Filomena, la odiaba y planeaba su asesinato.
Pero las cosas de la casa eran la
continuidad de Filomena y conservaban su silencio detestable;
de pronto, como en un espejo aparecía, aparecía
Filomena en el marco de la puerta. Me miraba con cuidado ;
y la placidez se reflejaba en su rostro. Comenzaba a ordenar
las cosas, como si ella tuviera la culpa del desorden y al rato
me traía una bebida de hierba y me limpiaba las gotas de
sudor.
Y de inmediato, otra vez, el olor
a Filomena se me metía por los huecos de la nariz y se
me adentraba hasta los pulmones y enseguida aquel fastidio que
se violentaba de un lado para otro, y enseguida mi odio por ella
y por mi soledad aplastante, el silencio de Filomena, el oficio,
el oficio de Filomena, siempre me llevaban ventaja.
Filomena tenía muchos sitios
y muchos pájaros en esta casa, que era mi casa; todo lo
llenaba ella y su extensa soledad. Por eso me sentí triste
cuando murió. Murió ayer. Murió de muerte
natural y hasta en eso me llevó ventaja Filomena.
Murió acompañada de
una noche simple y de la soledad de sus cosas. Un baúl
viejo lleno de trapos y estampitas, un espejo en el que nunca
se vio, el olor a su silencio, unos frascos vacíos, una
lata de galletas llena de monedas de a peso y un pedazo de luna
pegada a la ventana de su cuarto. Filomena murió con la
boca llena de palabras, de pensairúentos y maldiciones.
Por primera vez vi el miedo apoderado de su sonrisa, el miedo
logró empapar las sábanas de gotas de sudor
por donde destilaba la angustia. Filomena destilaba miedo en
su lecho de muerte.
Ahora Filomena vive su muerte. Otra
es su identidad, otras sus acciones, otros sus gestos, otra su
soledad y otros sus pajaritos de viento.
Y yo me quedé atrás,
terminando con la vida y los sueños, creando otro personaje
que deambule por la casa y el patio, que sea igual o distinto
a Filomena, que llene los espacios, o que manche de soledad todas
las cosas de la casa. Que cante un verso, o remiende mi interior,
que le dé de comer a los pájaros, que cierre la
puerta del gallinero, que por lo menos sea real para que la historia
sea verdadera.
Que exista en esta casa una Filomena
ausencia o una nostalgia o qué sé yo, que no solamente
exista en los espejos como Filomena y no me lleve ventaja, que
me dé tiempo de dejar mi cuerpo en cualquier parte.