Ve pasar la niña con una muñeca
saltando en los charcos de luz del sol en la terraza.
Ve a la abuela desmigajando una torta
de casabe en el fondo de un pocillo de café con leche.
La casa huele a limón y a yerbabuena. En la trastienda,
ve las manos del padre que desenvuelve el ovillo de un hilo blanco,
corta yardas de tela otomana.
El primer desafío de esta
mujer sensible y tenaz fue atreverse a escribir en un departamento
sin tradición de mujeres escritoras, en donde la vida jugaba
su carta de condena, su carta de prejuicio y sospecha en torno
de su existencia.
Es algo extraño que una mujer
escogiera esa puerta difícil, y no sucumbiera a la seducción
de ver pasar la vida detrás de una cocina, que siguiera
escribiendo sin dejar de ser ama de casa, sin perder la virtud
de soñar, en medio de la doble moral, la mojigatería
parroquial, el juego de cartas y el salón de té,
y la inspección despiadada a la intimidad del que tiene
por destino el oficio de la palabra.
¿Cuándo empezó a contar?
- Yo nací en un pueblo- Ciénaga
de Oro- donde todo el mundo cuenta. Lo digo en la novela: Todos
sus habitantes, antes de aprender a leer o rezar, aprenden a inventar
y a contar historias. La afición por lo fantástico
se lleva en la sangre. Y sin darse cuenta cayeron en la trampa
invisible que ellos mismos habían tejido.
¿Sus juegos preferidos de Infancia?
- Escuchar cuentos de velorio. cuentos
de brujas. Jugar a las muñecas, jugar al toro, a la lleva.
Como todas las niñas de Ciénaga de Oro. de ese
entonces.
¿Cómo nació esta novela de "La Lío y otras mujeres"?
- Hace cuatro años venía
trabajándola. Era un personaje de mi infancia. Era una
sanadora de ciegos y de almas. Una mujer que echaba la suerte,
una bruja, una mujer que conocía el oficio de adelantarse
a lo que iba a ocurrir. Siempre me llamó la atención
que existiera alguien que trabajara sobre el destino, que pudiera
adivinar el porvenir, como la existencia dependiera de las líneas
de una mano o de las sombras misteriosas en el asiento del café.
"La Lío era una mujer
veterana en los recuerdos y comenzaba a ser una aprendiz de la
soledad, pero llegó a este pueblo donde todos vivimos atados
a la nostalgia. Ahora su nombre es destino".
¿Qué libros la hicieron feliz en la infancia?
- Una de las lecturas inevitables
fueron las Mil y una Noches, entre diversas lecturas, clásicas
y cursis: novelitas de amor, en medio de un libro de una belleza
portentosa e infinita como El Quijote. En la casa había
de todo: Y en medio de la necesidad voraz de leer, nació
la necesidad de contar y escribir. Uno de mis preferidos es Borges
y Rulfo, por la capacidad que tienen de hacer transparente lo
complejo y cósmico. Llegar a una sencillez profunda, llegar
a tocar el misterio que tienen las palabras, es uno de los desafíos
de la creación.
- Hay en su novela un homenaje a
su pueblo natal, Ciénaga de Oro, la tierra encantada donde
uno de los últimos juglares - Pablito Flórez -no
se recupera del tatuaje de amor de una aventurera.
-Es también un homenaje a
mis padres: a Edmond Louis y a Lila Lakah. Hay un homenaje a
la palabra hablada y a ciertos mitos que empecé a rescatar
en otro libro: "Los caprichos de Dios". Lo que yo siempre
había querido con mis hijas Antonella y Luisa Fernanda
eran motivarlas a leer. Entonces les refería historias
que luego reuní en ese libro. Mitologías sinuanas.
"Mi padre no nació en
este pueblo, sino en Damasco. Fue un aventurero entre cuatro
hermanos, que anduvo dando volteretas por el mundo. Después
de vivir un tiempo en el Brasil, vivió en Cartagena y después
se vino en lancha a este pueblo y se casó". "Se
hizo cargo de la agencia de correos, tocaba el violín y
le encantaba guardar en sus bolsillos el humo de su pipa. Aunque
nunca aprendió a hablar bien el español, era el
encargado de distribuir las novelitas de Corín Tellado,
la enciclopedia británica y la cartilla de leer para los
muchachos de la escuela".
La escena del padre que guarda las
cartas de todo el pueblo en un saco y no las devuelve, es un personaje
para otra novela. Cada carta sin abrir, es lo que todos estamos
pensando: un amor imposible.
No puedo olvidar su sentencia: "La
memoria es más frágil que los sueños".