JOSÉ LUIS GARCÉS GONZÁLEZ
Preparen
la tierra y alisten los espeques. Aquí traemos la semilla.
Lo venimos a sembrar. No a devolverlo a la madre naturaleza. Pues
él nunca ha salido ni saldrá de la tierra que lo vio
nacer. Aquí se queda por siempre. Lo venimos a sembrar no
como si fuera un canutico, como él lo canta en "Amores
Campesinos". Le venimos a sembrar el tronco. El fuerte tronco.
Lo sembraremos para que retoñe. Para que se enraice. Para
que se riegue por todo el Sinú. ¿Seremos nosotros
tierra fértil?
Una
nueva tarea le corresponde a Guillermo Valencia Salgado. Sale, no a
la muerte, sino a un nuevo trabajo. Arbol, pájaro o río
transitando por las praderas del cielo, vigilará los
quehaceres culturales del pueblo. Seguirá impartiendo su
clase.
El
continuará siendo el maestro; nosotros, sus discípulos.
Que nadie se equivoque. El no estará ausente. Sólo
ha cambiado de domicilio. No de tierra.
Después
de esta siembra, señores, esperemos la cosecha. Demorará
años, pues no es fácil sembrar, y más difícil
es cosechar. Sin embargo, con este hombre no podemos darnos el
tétrico lujo de dejarlo solo en la oscuridad del sepulcro.
Este, como quería un pensador latinoamericano, tiene que ser,
y es, un muerto útil.
Lo
que importa ahora, paralelo a este dolor sin reposo, es estar a la
altura de este hombre, acercarnos, siquiera, a su enorme tamaño.