Figura zoomorfa en oro de la cultura Zenú
Secretaría de Cultura de Córdoba - Colombia - Sur América

 
 

Postes de Candela
Edgardo Puche Puche
Novela
Montería, 1993

Texto del cuento La Sombra de Ponciano
Contraportada

Yo, Edgardo Puche Puche, nací en Montería, Córdoba, Colombia, el 11 de enero de 1939. Soy bachiller del Conalco y Emérito del Servicio de Salud de Córdoba, pero ante todo soy monteriano, amo a mi patria chica como quisiera que la amaran todos sus hijos y los foráneos que en ella viven.

Ya escribí, hace poco, mi primer libro "La Sombra de Ponciano" (cuentos) y ahora, he tratado de escribir una novela, esta que está en tus manos y que eufemísticamente he titulado "Postes de Candela", que espero sea de tu agrado.

El amor por esto de escribir, apareció en mi, cuando me topé en la Universidad Ecuménica con el escritor Remberto Kergulén Fajardo, con el poeta Arístides Gómez Avilez y con el antropólogo Alexis Zapata Meza, y con ellos integré el grupo literario los Últimos Zenúes, al cual doy mis sinceros agradecimientos.

Capítulo IX

La madrugada, encontró camino de Montería, a los grupos de campesinos, que entusiasmados venían a votar. La neblina cubría los campos y bañaba con sus finas gotas de rocío la cara de aquellos hombres que con valor civil, recorrían los polvorientos caminos, - era época de verano - que los conducía a romper en forma definitiva, el yugo de una hegemonía conservadora, que mantenía a Colombia estancada y llena de violencia fratricida.

A esa misma hora, por las limpias y tranquilas aguas del río, silenciosas, bajaban unas balsas procedentes del alto Sinú, cargadas con maderas finas, caucho, cerdos, "quinientos", tagua, raicilla y astillas de leña. Su tripulación estaba conformada por familias de indios Emberá.

Serían la siete de la mañana cuando arribaron a las playas de la ribera derecha del río, frente a Montería.

El sinú, seguía su curso, corriendo lento hacia el norte, buscando su muerte en el mar caribe. En su vientre, albergaba una gran riqueza ictiológica. Y sobre sus aguas, todavía nadaban y pescaban numerosos patos cuervos, y se podían apreciar, flotando como troncos, uno que otro caimán. Estos indios vinieron a vender sus productos... ¡No vinieron a votar! Ellos ignoraban que era esto de elecciones, de odios y pasiones políticas. Vivían en paz con la naturaleza, en las remotas selvas de Río verde y Esmeralda, - afluentes del sinú legendario - encerrados en su cultura milenaria.

Cuando las campanas de la Iglesia, se echaron al vuelo para anunciar el inicio de las elecciones, ya los primeros grupos de campesinos entraban a la población. Unos por los cuatros caminos y otros atravesando el río en planchones o canoas. Las pocas armas que traían, las escondieron antes de entrar al pueblo. Se prendieron al pecho la cinta roja y escondieron la azul. Guiados por sus capitanes, se acercaron hasta el comando, desayunaron y esperaron a que llegaran otras delegaciones. Con la consigna de votar en paz, marcharon - siempre acompañados del capitán - a las urnas, que estaban situadas en el Circo teatro y en la plaza principal.

El desarrollo de la votación, con la pérdida de los pliegos, se hizo dispendiosa. Esto trajo como consecuencia la demora para sufragar. Esta demora, obligó a los electores que vinieron de los pueblos, a que no pudieran regresar en las horas de la mañana. Permanecieron reunidos y recorriendo las calles...

Eran las dos de la tarde y cuando por el flujo de votantes, se veía el triunfo liberan, éstos contentos , empezaron una marcha pacífica, - estaban desarmados - dando vivas a la democracia y al partido liberal. Cuando los marchantes, pasaban frente a la casa de la mona alta miranda, sin saber cómo, ni de donde, ni por qué, se escucharon los primeros disparos, - contra los marchantes - que segaron la vida, entre otros de el Niño feria y el Chino Lucas, e hirieron a muchos otros.

Como si esto hubiera sido una señal convenida, el tiroteo se hizo sentir en la plaza principal, donde cayó bajo las fratricidas balas, el campesino Joaquín Cuitiva, oriundo de tres palmas. En la calle del cementerio con callejón Ricaurte esquina, bajo el fuego de francotiradores, murió el joven campesino Pedro Maquiñan, quien había venido con su padre desde tres piedras.

La gente corría como loca. No encontraban como responder el ataque. Se olvidaron de quitarse la cinta. Fue en estas cuando Juan Beltrán, buscando desviar la atención de los exaltados y como represalia por la muerte de los compañeros, prendió una casa en el callejón Antonio de la Torre con calle del socorro esquina - casa habitada por Numa Rodríguez y Familia. - El incendio en forma rápida , empezó a extenderse, avivado por los fuertes vientos alisios del verano. Los tiros continuaron. Algunos liberales, se acordaron de la consigna y cambiaron la cinta, salvaron la vida y buscaron armas.

El incendio se tornó incontrolable. Los hermanos Puche, corrieron hacia el almacén para protegerlo del fuego. En el recorrido, vieron, como cadáveres inermes yacían en la calle. Habían caído sin tener un arma con que defenderse.

Llegaron al frente del almacén. Abrieron la puerta. Entraron para protegerlo por la parte posterior, por el patio.

Cerraron la puerta por dentro para asegurarlo de un posible saqueo. Mariano se quedó afuera, cuidando.

Los liberales, repuestos del ataque, empezaron a organizarse y a buscar armas para defenderse. Un grupo comandado por Gabriel Olivella llegó hasta el almacén, gritó, y exigió a Mariano: ¡Abre las puertas. Necesitamos armas. Si no abres el almacén, las romperemos!

Mariano, ante semejante conminatoria, llamó a los hermanos y les explicó. Estos contestaron:

- Diles que no se preocupen. Abriremos las puertas y entregaremos todas las cajas de rulas. No podemos permitir que se inmole a todo este pueblo. ¡Que se defienden!.

De las palabras a la obra no hubo trecho. Las cajas fueron abiertas y repartidos los machetes. Los afilaron en el cemento de los corredores de las casas vecinas, y así rústicamente armados, iniciaron la venganza de los compañeros caídos, que a estas horas eran muchos.

Ahora el pueblo envalentonado, corrió hasta las balsas de los indios Emberá y tomaron las astillas de leña. Estos, asustados, se lanzaron a buscar protección en su fuente de vida, - su dios creador- El agua.

La turba, siguió por la calle del Chorro y forzaron la puerta del patio de la casa de Pedro Puche y se armaron con las astillas de leña de "vara de indio". Con ellas y las rulas, blandiéndolas, se enfrentaron a las armas de fuego de sus enemigos, que no habían cesado de disparar.

El incendio con la fuerte brisa, avanzaba en su camino de desolación. Llegó hasta una casa diagonal a la residencia de Pedro Puche. Las llamas, como sedientas de combustible, estiraron sus brazos hacia la casa de éste, pero el frondoso mango, como un cancerbero, las detuvo, amortiguándolas con su húmedo follaje, y evitando que la casa ardiera...

María Juliana y sus hijos pequeños, abandonaron la casa. Llegaron hasta la playa del río. En el puerto de las canoas, tomaron una y cruzaron hasta la otra ribera. Allí se hospedaron en casa del señor Gabriel Ezpeleta. Los niños entusiasmados al ver a los Emberá gritaron desde la canoa:

- Mire mamá, en el río están metidos unos indios chocoes...

Las disputa con ambos bandos armados, se tornó más intensa. Los dueños de las casas quemadas, como retaliación, también se sumaron a la batalla. La lucha se extendió por toda la población. Se luchaba en las calles.

A esta hora, el Dr. Miguel R. Méndez, médico conservador se residía en la calle de la Alameda con callejón Once de Noviembre, a una cuadra del parque de Bolívar -lugar ocupado por los conservadores- atravesó el parque y pidió a sus con partidarios que suspendieran esa lucha, pero, nadie le paró bolas. Convencido de hallar una salida pacífica, se dirigió a la residencia de su colega y amigo, el Dr. Alejandro Giraldo, médico liberal, que vivía en la calle del comercio con el mismo Callejón, a dos cuadras del parque, -zona ocupada por los liberales- para tratar con él, de conseguir un solución sensata. Cuando recorrió esta zona, también invitó a los liberales, para que suspendieran las acciones violentas, pero tampoco lo escucharon.

Los dos galenos, se reunieron y decidieron intervenir juntos, para detener aquella estupidez. Cuando intercambiaban ideas para la solución, en la calle, la lucha se volvió más intensa. Se convencieron entonces, que era imposible buscar un diálogo para calmar los ánimos. El Dr. Méndez, decidió regresar a su casa, pero le pareció arriesgado hacerlo solo. El Dr. Alejandro se brindó para acompañarlo.

Los preclaros médicos, salieron y les fueron respetadas sus vidas, primero cuando recorrieron el sector liberal y después cuando pasaron por el parque, donde en el pedestal de la estatua del Libertador, parapetado, se encontraba el liberal Antonio Movilla, disparando contra las instalaciones de la alcaldía. ¿Cómo logró "Toño" Movilla llegar hasta allí? Desde su trinchera, saludó a los doctores, y mientras cesaba de disparar su revólver, les indicó que podían seguir su camino.

Ambos, cuando cruzaron las zonas ocupadas por los contendientes, trataron de persuadir a los cabecillas para que acabara aquella reyerta.

Los llamados a la cordura, que éstos pacíficos hombres hicieron, el viento se los llevó: Los contendores no entendieron la noble misión de paz que aquellos discípulos de Hipócrates se propusieron al arriesgar sus vidas en el campo de batalla... ¡ Prefirieron seguir peleando!.

Los conservadores, seguían disparando, parapetados en los techos de algunas casas y en la alcaldía...

La supremacía en número de hombre, de los liberales, que a pesar de estar deficientemente armados, se fue imponiendo. El incendio avanzaba más y más. Nadie se ocupaba por sofocarlo. Las casas eran de paja y esto era un imposible. Sólo se sofocaría cuando se apagara por si solo.

Eran las cinco de la tarde cuando los liberales se hicieron dueños de la plaza y tomaron prisioneros a José Miguel Hoyos y a Eliumen Mendoza. Estos fueron conducidos hasta la avenida y allí fueron ejecutados ante el público.

Los muertos liberales eran muchos, lo mismo los conservadores. Algunos cadáveres, eran arrojados a las aguas del río, otros siguieron en el lugar donde murieron.

El señor Rivadeneira, montado en un brioso corcel, se acercó hasta las urnas del Circo Teatro -que no habían sido abandonadas- y avisó a Pedro Puche para que se refugiara. Buscaban a los Puche por hacer armado con rulas a los liberales. ¡Pero más que todo por ser liberales!.

María Juliana, desde el otro lado del río, contemplaba las escenas de la lucha. Desde allí, pudo ver cómo sus palomas mensajeras, asustadas por los gritos, llamas y disparos que azotaban a Montería, remontaron vuelo. Volando en forma circular, fueron cada vez tomando más altura para orientarse. Cuando se orientaron, -en perfecta coordinación- enrumbaron en dirección a un lugar ignoto, donde hubiese paz. Nunca más volvieron... María Juliana abrazó a sus hijos y exclamó:

- Si las palomas se fueron, seguro nuestra casa está ardiendo. ¡Dios mío!... ¿Por qué esta pasión perversa de la política embrutece a los hombres?

El doctor Serafín había pasado toda la tarde refugiado en su consultorio. En la tardecita decidió salir y alejarse del centro. Iría hasta la residencia de su novia.

Cuando caminaba rumbo a la casa de Zelmis, fue detenido por un grupo de conservadores, de los pocos que persistían en la lucha y estuvo a punto de morir asesinado. Afortunadamente, el doctor Ramírez, presenció el acto, cuando herido en una pierna, lo llevaban para su casa. Gracias a su oportuna intervención salvó al colega:

- Alto, suelten al doctor. Este es un godo como nosotros. Déjenlo ir. ¡Por favor ustedes, suspendan esta lucha estúpida!.

- Estábamos seguros que él era liberal, porque siempre anda con los Puche.

- Al doctor lo dejamos libre; pero esta lucha no la abandonamos. ¡Adelante! -gritó el cabecilla- a reunirnos en el parque de Bolívar.

- Si, porque los liberales están reunieron en la plaza grande -dijo otro.

El doctor agradeció al colega y siguió hasta la Campana.

A prima noche, cuando la calma parecía llegar, porque sólo se escuchaban disparos esporádicos, decidió regresar. La mamá Elisa no lo creyó conveniente y lo invitó a pernoctar en su residencia.

El doctor durmió esa noche en la Campana...

El incendio convirtió en pavesas casi todas las casas del barrio la Ceiba -unas 250- comprendidas entre las calles del socorro y del Chorro hasta el callejón de Piñango, frente a la huerta de Gabito Torres Gil y la "chivera" del profesor David Martínez. A pesar de esto, en la noche de ese nefasto día, se siguieron escuchando disparos. Fue una noche larga, larguísimas para todos los monterianos. Algunos la pasaron llorando a sus muertos, que yacían en el sitio donde sucumbieron. Otros, añorando la casa, en que por años, vieron pasar hermosas noches, al amparo de la tranquilidad en que se vivía en aquella Montería bucólica: ¡Esas casas hoy, sólo eran cenizas!.

La zona devastada por el fuego era un enorme playón. En la oscuridad, se veían los horcones como "postes de candela", que iluminaban con sus destellos, aquella negrura absoluta que cubría a la perla del Sinú. Así amaneció. Aquella madrugada los gallos no cantaron para saludar al nuevo día.. ¡tenían miedo!.

Por la mañana, cuando calentó el sol, y después de la intervención de los dirigentes de ambos partidos, se suspendió esta batalla inaudita. Fue entonces cuando los deudos, pudieron salir a recoger a los familiares que cayeron en una lucha que jamás debió ser... ¡Jamás!.

Estos acontecimientos, sucedieron el primero de Febrero de 1931. El número de muertos por ambos bandos, jamás se supo. Unos dicen que fueron dieciocho, otros que treinta. De los heridos, tampoco fue posible confirmar el número.

Muchos de los muertos sólo el agua del Sinú los contabilizó, y por contera, muchos heridos salieron rumbo a sus pueblos y tampoco se contabilizaron.

¿Quiénes fueron los culpables de esta cruenta batalla?

¿Los conservadores porque querían seguir dominando con altivez y soberbia a los liberales? ¿O, los liberales, que se sacudían aquel dominio que por tantos años ejercieron sobre ellos, los conservadores?

La clase social sufrida, algún día se rebela como lo hicieron los cimarrones, al huir de la inquisición a los Palenques, o, como lo hicieron los bolcheviques al hacer la revolución de Octubre contra los zares.

¡Siempre llega el día en que se rompen las correas de la coyunda!.

Lo único cierto, es que este día es y será recordado por los monterianos como el más violento y cruento de nuestra historia"...

 
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