Figura zoomorfa en oro de la cultura Zenú
Secretaría de Cultura de Córdoba - Colombia - Sur América

 
 
David Sánchez Juliao


Siete Guiños al Viejo Continente
[Publicado en El Dominical de El Universal de Cartagena de Indias - Colombia]

1. Nadie es Profeta

La visita a la Casa de Beethoven encabezaba la lista de prioridades en Viena. De manera que, una vez me instalé en la habitación del hotel, tomé el teléfono y marqué un número. Lo había planeado todo en el tren que me tría de Budapest. Pertenezco a un asociación de viajeros que permite a los socios contactar gente en cualquier país y solcitar ayuda, no solamente en caso de emergencia.

- Aló - respondió un voz de mujer.

Saludé afablemente, me presenté como miembro de la cofradía de viajeros, confesé con orgullo mi profunda admiración por el genial sordo de Bonn, y entré en materia:

- Quisiera visitar la Casa de Beethoven. ¿Podría usted indicarme la manera más fácil de llegar hasta allí?.

- Hay muchísimas casas de Beethoven en Viena - respondió la señora con acento áspero -. Ese señor cambiaba de casa con demasiada frecuencia, pues nunca pagaba el arriendo.

.Viena, 1991

2. Ives

Llegamos extenuados al Aeropuerto de Charles De Gaulle tras el largo viaje. Traíamos demasiado equipaje para un solo taxi a Saint Germain Des Pres, pero tuvimos la suerte de dar con un conductor amable y sonriente que fue capaz de acomodar en su auto todas las pertenencias: en la bodega, sobre el techo, junto a él, sobre nosotros. París nos recibió con una persistente llovizna de verano y un clima cálido y húmedo. En poco tiempo estuvimos en Rue de Sevres; era domingo.

Luego de bajar las piezas del taxi, y una vez vimos maletas, bolsos y maletines junto a la puerta de entrada, supimos el dolor que nos causaría subir todo aquello hasta el sexto piso; allí estaba localizado el pequeño departamento, y el edificio, como cualquiera que se respete en París, no tenía elevador. Fue en ese momento cuando (¡no podíamos creerlo!) aquel taxista sonriente nos dijo: ¡No se preocupen. Yo les ayudo a subirlo todo!. Hizo la mayor parte del trabajo, pues a nosotros, la verdad, ya no nos daba el cuerpo.

Con el equipaje en el departamento, pusimos agua al fuego y le pedimos que nos acompañara a tomar un café. Bebimos tres. Ives, así se llamaba, resultó se un gran conversador y un amante de las anécdotas de viaje, aunque jamás había salido de Francia. Habló de su familia, de su vida en la barriada humilde de París y de sus últimas vacaciones en La Provence, donde vivían los suegros. Antes del cuarto café se despidió argumentando que debía volver al trabajo. Lo acompañamos a la puerta y nos despedimos de abrazo. Unos minutos después, al comenzar a deshacer el equipaje, caímos en la cuenta de que no le habíamos pagado. ¡Es una lástima - comentó Martine - y es inhumano. Ni siquiera le pedimos la dirección!. Esa noche dormimos remordidos por la conciencia.

Al día siguiente, al abrir para recoger la lecho, encontramos en el pasillo frente a la puerta, un sobre de correos y una botella de vino. El sobre contenía una nota de Ives que decía: ¡Gracias por la carrera desde el aeropuerto. Olvidé pagarles, pero ahí está. Cuando los necesite para volver a Charles De Gaulle los llamaré. Mientras tanto, ¡salud!.

El vino era de lo mejor del Ródano.

París, 1993

3. Colores... sabores

Los helados de la U.R.S.S eran blancos y de un solo sabor. Un día hallé a un niño que comía helados en la Plaza de Moscú mientras miraba hacia las torres de la Catedral de San Basilio con el deleite con que a veces miramos el cielo. Pedí a Iirina, la guía y traductora, que preguntara al niño por qué hacia aquello, e Irina respondió sin haberse dirigido al niño:

Siempre lo hacen - dijo -. Los niños comen conos de vainilla mirando hacia allá, e imaginan que las coloridas torres de San Basilio son helados de todos los sabores - guardó un instante de silencio y agregó-: pero al menos cada niño tiene derecho a un helado.

Moscú, 1985

4. "Fílame Akoma"

En Atenas, la mañana de verano que subimos a La Acrópolis, encontramos a Nicolás y a Evelia Emiliano frente al Partenón. Fue una milagrosa coincidencia, dedujimos, pues habíamos llegado a Grecia desde lejanos puntos equidistantes. ¡Asunto de los dioses!, le llamamos y decidimos ir por la noche a celebrar el acontecimiento en una de las tabernas de El Plaka, el viejo casco de Atenas que se abre al sur de la Plaza de Sintagma. Evelia y Nicolás eran amigos de un tabernero llamado Demetrios, quien poseía un lugar de diversión que llevaba un nombre extraño: Fílame Akoma. Ese, en griego, es el título de una canción de amor latinoamericano conocida como Bésame mucho.

La canción suena en la taberna al menos veinte veces en la noche, y es interpretada por el mismo Demetrios, quien hace llorar a los clientes y luego, según la tradición del país, los incita a arrojar platos al escenario como muestra de contento. Esa noche ordenamos seis docenas de platos para el final del primer show. No quedó uno sano, pues el Fílame Akoma y el uzo (licor nacional de Grecia) se nos habían subido a la cabeza.

Fílame Akoma suena de forma muy sensual cantando en griego, y acompañadas de bousouki (tradicional instrumento de cuerda) sus notas se tornan conmovedoras; mayormente a la distancia. Todos en la taberna cantamos, reímos, lloramos aquella noche; menos uno de los presentes. Un asiduo cliente cliente conocido de Demetrios y a quien los meseros trataban con afecto. Durante toda la velada se mantuvo sentado a la mesa del último rincón, frente a la botella de uzo cuyo contenido se reducía en la medida en qu el hombre sólo levantaba la cabeza para beber. Se notaba que era un ser solitario y abandonado a una pena de amor que apenas le permitía respirar.

- Y ése ¿qué?- le pregunté a Demetrios al señalarlo.

- Ese está loco -respondió Demetrios con una sonrisa, y en poquísimas palabras me soltó la historia -: dice que Fílame Akoma es una canción quele cantaba una sirena que fue su novia cerca de la isla de Santorini, en el Egeo meridional. Así que cada vez que viene aquí ordena a los músicos que la toquen quince veces seguida.

- ¿Loco? - comentó entonces Evelia -. Jamás, desde cuatro siglos antes de Pericles, nadie ha estado tan cuerdo en Atenas.

Atenas, 1987

5. Descubrimiento

Aquel día visitamos con Cristina varios monumentos y museos de Copenhague: el Castillo de Rosenborg y la Iglesia de la Trinidad, el Palacio de Amalienborg, el moderno Edificio de La Bosla, la casa de Andersen, la sirena (desde luego) y por último el Museo Nacional. Allí fue en donde Cristina nos sorprendió. Cuando entramos a la Sala Vikinga, habló de los orígenes, la llegada a Dinamarca y la forma de vida de aquella raza de comerciantes y viajeros. Luego se plantó ante la réplica de una embarcación y dijo: ¡Gracias a una de estas naves, en la Península de El Labrador, los indios americanos y los vikingos se descubrieron unos a otros!. Quedamos asombrados, pero después no tanto, pues nos enteramos de que Cristina ganaba algunas coronas como guía, pero estudiaba Historia en la Universidad de Copenhague.

Dinamarca, 1993

6. Pregunta

Fue en Madrid, en el Paraninfo de la Universidad, en donde oí contar la historia al académico Guillermo Díaz-Plaja, como corolario de una conferencia sobre su obra Papers d´identitat. Decía al ensayista español que cierta vez consiguió una entrevista con un anciano jerife de Marruecos que comandaba desde su tienda en el desierto un grupo de musulmanes semi-nómadas. Los dos hombres, Díaz-Plaja y el jerife, llegaron al acuerdo de hacerse preguntas sobre sus respectivas partes del mundo. Demoraron tres días conversando, entre cenas opíparas, almuerzos espléndidos y descansos prolongados. Díaz-Plaja respondió a todo cuanto el jerife preguntó sobre España y el Mundo Occidental, y a su vez el pariente del Rey de Marruecos respondió a todo cuanto el académico quiso saber sobre el mundo del desierto, la vida nómada, la razón de existir en la aridez, la eterna búsqueda del oasis y las sagradas escrituras del Corán. Ya en el momento de despedirse, antes de que partiera hacia otras dunas la caravana de camellos, el jerife dijo: ¡¿Puedo haceros una última pregunta?!, a lo que Díaz-Plaja accedió complacido. El jerife entonces inquirió: ¡¿Adonde vais vosotros con tanta prisa?!.

Madrid, 1975

7. Flores de Baviera

Nos había invitado la Universidad de Eichstäat, en la Baviera alemana, a disertar en un encuentro titulado ¡Literatura colombiana: Imaginación y Barbarie!. Éramos nueve en total, escritores, profesores y críticos. Y era noviembre, comienzos del invierno. Eichstäat, según uno de nosotros comentó, era un pueblito como de anuncio de cerveza; algo que no parecía real sino creado por la mente. Así era también el hermoso claustro universitario e igual se nos antojaba el pequeño hotel en donde fuimos alojados por los organizadores del evento. Era una vieja casa convertida en hostal, administrada y servida por los miembros de una familia bávara, amable y bondadosa. La familia tenía, lógico, una abuela. La anciana desayunaba en su silla de ruedas al fondo del comedor, el que tenía siempre una mesa dispuesta con frutas, quesos, cereales, jugos, carnes frías, buen café y el mejor pan alemán. Desde el primer día, para el último café, hicimos círculo en torno a la anciana, pues resultó ser una excelente conversadora. Fue ella quien tomó la iniciativa al preguntar qué hacíamos en Eichstäat y de dónde éramos. Luego nos pidió que le habláramos sobre América Latina. Lo hicimos durante los primeros dos días; luego ella habló: de su infancia en la Primera Guerra, de la Alemania de los veintes y los treintas, de los horrores de la Segunda Guerra, de la Reconstrucción y de la reciente caída del muro.

Pese a que tocaba el presente con aislados pincelazos verbales, y a que aún se veía saludable y en sus cabales, la anciana cordial parecía vivir en el pasado, el de sus días de juventud. Hablaba de esos años como si entre ellos y los noventa no hubiera existido tiempo. Y se refería a ellos con dolor y pesadumbre. Tal vez aquello tuvo algo que ver con el detalle que a todos, escritores, profesores y críticos, nos sobrecogió por igual. Se trató de esto. Cuando, una vez concluido el seminario, subimos s nuestras habitaciones a recoger el equipaje, encontramos sobre las maletas un par de rosas blancas acompañadas de una tarjeta firmada por Elga, la anciana, que decía: ¡Perdón por lo que pudo haber pasado!.

Eichstäat, 1991
 
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